En Mishka, el cambio de década coquetea con el espíritu
bahiano de los 60 y los 70. Mood estival con guiños festivos,
alegres, coloridos. Eso sí, preservando la identidad del nombre.
Con soltura danzan las piezas ready to porter. El código clásico caduca en pos de un vestir desenfadado. Explosión de color.
Combinación azarosa de materiales orgánicos. Contraste de proporciones oversize y elementos provocativos. Todo fluye al son de un samba.
Este verano, la geometría abre paso a líneas fluidas.
Vocación selvática. Trazos del paisajista Roberto Burle
Marx trasladados a estampas sinuosas, estridentes,
contrarrestadas por la pureza del blanco. El joie de vivre
carioca adopta la forma de maxi camisolas de lino con
bolsillos gigantes; túnicas de cloqué símil bambula; faldas
de crepe; volados portugueses; pantalones de lino con
cordones; pareos sofisticados; tejidos de piqué
de viscosa.
Paisaje costero. Espontaneidad. Tejidos de algodón
sobre trajes de baño. Piezas de guipure que persisten día
y noche. Denim cropped. Sudaderas y remerones con
inscripciones en clave Tropicália: movimiento musical
sesentoso, conciliador de la bossa-nova, el rock y la
psicodelia. Libertad de expresión.
El mood se extiende a los zapatos, alusivos a la
arquitectura de Lina Bo Bardi. Líneas puristas, contexto
silvestre. Entretejidos de querencia rústica, engalanados
por la combinación de materiales sofisticados y avíos de
imponente porte. Cueros naturales, charol, rafia, canvas,
madera. Maxi hebillas en resina o metal. Tonalidades que
prenden fuego, sandalias con tiras; espadrilles;
franciscanas; abotinados de naturaleza safari.