No solo las pirámides te hipnotizarán en Egipto, la cultura, la gente, la gastronomía y la sobrecogedora experiencia de recorrer el Nilo en un viaje a tiempos remotos, se quedarán para siempre en tu memoria.
Llegar a Egipto es una experiencia única y de tan única, irrepetible. El avión aterrizó en Luxor, el A 320 de Egyptair nos dejó en un Aeropuerto relativamente moderno, con muy poca gente, apenas iluminado e intrigante. Ni bien nos bajamos del avión me atrapo una sensación que no me dejaría hasta el día en que me fuera de ese país, una semana después.
En todos lados hay arena. Quizás no sea preciso en la observación, quizás sea una idea, un recuerdo de los libros y las películas, pero para mí, en Egipto, en todos lados hay arena.
Rápidamente, la persona que nos recibió, nos pegó las visas que tenía en su mano en una hoja vacía de nuestro pasaporte y pasamos por migraciones. Seguimos camino en el aeropuerto casi desierto y en penumbras, retiramos las valijas y salimos al estacionamiento en una pequeñísima caravana de 10 personas.
Viajamos por rutas apenas demarcadas, cruzando infinidad de pequeñas motos, algunas camionetas, gente caminando, algún que otro carro, todo en una profunda oscuridad que solo se iba abriendo cuando los faros de nuestro ómnibus apuñalaban la noche y la abrían como una tela.
Llegamos a una playa de estacionamiento otra vez. Solitaria, vacía, con un par de luces apenas sobreviviendo. Bajamos por pedido de nuestro guía Wallyd Yehiad, un simpatiquísimo, amable, energético y culto egipcio de perfecto español. Caminamos otra vez con nuestras cosas por una vereda hasta llegar al borde del mismísimo rio Nilo. No se veía demasiado pero a simple vista y por las luces del otro lado de la costa parecía que el Nilo era un rio cualquiera y no la mágica imagen que llevaba en mi cabeza. Subimos al barco oscuro en ruinas y caminamos atravesándolo, pasamos a otro igualmente oscuro pero donde un hombre de impecable turbante y chilaba (prenda típica que cubre como una especie de túnica) miraba televisión en uno de esos pequeñísimos televisores portátiles delos años 80.
Wallyd nos dijo entonces que una vez que cruzáramos ese barco llegaríamos al nuestro. Se abrió la puerta y pasamos a otro barco en igual estado de abandono. Casi nos paramos shockeados pero la risa del guía nos hizo seguir camino para terminar de cruzar ese último barco y entrar de una vez por toda al crucero, iluminado, vivo y en perfecto estado que nos llevaría a recorrer el Nilo durante 5 días.
La mañana tuvo un efecto clarificador absoluto. Ahora a la luz del sol, con el barco navegando, descubrí que el Nilo es un rio especial. No es tan ancho como uno podría imaginar, pero es caudaloso y abundante, en sus orillas se alternan las dunas enormes, los escenarios casi selváticos, palmeras gigantescas, algunas casas humildes, algún ganado caprichoso. El tráfico de embarcaciones es errático y al mismo tiempo fluido. Asomarse por la borda del barco o subir al último piso donde hay una pileta pequeña y una especie de terraza, es asomarse a una de esas películas que ya solo se ven los sábados a la tarde en un canal de aire. Solo épica y magia pura.
Recorrimos Luxor, lo que antiguamente fue la mítica ciudad de Tebas. Los imponentes templos de Luxor y Karnak, unidos por una avenida de 4.500 años y 3 kilómetros de largo. Visitamos el Valle de los Reyes y nos sumergimos en las profundidades de las rocas para descubrir las paredes alucinantes de las tumbas de Ramses III.
Con 50 grados recorrimos el magnífico templo de Hatshepsut (La reina que de día era hombre y de noche mujer), los templos de Edfu, Kom Ombo y Filé hasta llegar a Aswan: una ciudad mítica, donde vivió por un tiempo la autora de Agatha Christie (y en cuyo hotel, el Old Cataracat, que todavía funciona, transcurre una de sus novelas). Allí también tuvimos la experiencia quizás más memorable de la vida, bañándonos en el Nilo,sumergiendonos en 5 mil años de historia.
Sin lugar a dudas Egipto es un “choque” cultural y su legado es algo sin ningún tipo de comparación a nivel mundial. Egipto espera por nosotros y es inevitable.