Por Carolina Aguirre para Lancôme.
En Japón hay un concepto que se llama «wabisabi», que ilustra bastante la visión oriental de la belleza. Originalmente «wabi» significaba «soledad» o «vivir alejado de la sociedad», y «sabi» era «relajado
o marchito» pero hoy está más relacionado con la aceptación y la valoración de la belleza que hay en lo que está roto, incompleto y lo que ya no es nuevo. En lo que es, tal como está. Para el wabisabi, como para el budismo en China, nada dura, nada está terminado y nada es perfecto. Y es eso lo que lo hace bello, ser único, ser irremplazable, existir aquí y ahora y nunca más. Esa filosofía es muy fácil de ver en los objetos, el diseño y la vida cotidiana.
En Oriente nada se descarta (ni la comida, ni las reliquias, ni la vajilla), los ancianos y los padres son respetados y valorados, los sitios más antiguos se preservan y son sagrados, las mujeres resaltan sus virtudes pero no las transforman: rara vez se ve una oriental rubia, a alguien con ortodoncia o siliconas. El kintsugi, por ejemplo, es la manifestación más clara del wabisabi. En Japón las piezas de porcelana que se rompen no se tiran, sino que se las pega de nuevo y se rellenan las grietas con oro puro porque se supone algo que estuvo roto y se ha vuelto a armar tiene más valor que algo que no ha sufrido en el pasado, que no tiene historia, que no tiene arrugas o grietas.
Mientras que para occidente la piedra preciosa por excelencia es el diamante (brillante, facetado, enorme), en Oriente las joyas más preciadas son de jade, una piedra opaca color verde, las playas están llenas de algas y de peces, a veces de bancos de arena y los árboles están torcidos y las hojas a veces caídas, pero no por eso uno lo siente desprolijo ni dejado. Todo lo contrario. En el cementerio de Koyasan, existe el bosque de cedros más antiguos del mundo. Algunos tienen seiscientos años. Cada cedro tiene un número, porque para ellos, ese cedro es único. Si se muere, jamás podrá ser reemplazado, podrán plantar otro, pero ese nunca lo verán. Por eso hay que cuidarlo. Porque hay uno solo y si lo perdemos o se estropea jamás podremos volver a apreciarlo.
Esa idea de belleza que flota en todas las cosas es, además de hermosa, profundamente liberadora para las mujeres. Las orientales son coquetas, se cuidan la piel, se maquillan, se cortan el pelo, pero no para buscar transformarse, alcanzar un ideal o parecerse a otra persona.