A tan sólo 52 kilómetros de Esquel se encuentra este territorio que aún conserva intacta su biodiversidad, protegida por la declaración del área como Parque Nacional y también como Patrimonio Mundial por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Tecnología (UNESCO) el 7 de julio de 2017.
Quizás la verdad más sencilla es la más profunda: este es uno de los lugares más hermosos del planeta. Llegar al corazón de este edén implica atravesar lagos cristalinos, cerros nevados y puentes colgantes, hasta encontrarse con el verdadero tesoro del lugar: el ancestral bosque de alerces.
Patrimonio de la Humanidad es un título otorgado por la UNESCO a sitios que, por su importancia cultural o su belleza natural única, deben ser resguardados y merecen la atención del mundo. Estos hitos permiten la toma de conciencia por parte de las personas y los estados acerca de la importancia de preservar ese legado para las generaciones futuras. El organismo internacional aplica ciertos criterios para determinar si un lugar merece su reconocimiento, y en el caso del Parque Los Alerces fueron los siguientes: contener fenómenos naturales o áreas de una belleza natural y una importancia estética excepcionales, y contener los hábitats naturales más representativos e importantes para la conservación in situ de la diversidad biológica, incluyendo aquellos que alberguen especies amenazadas que posean un valor universal excepcional desde el punto de vista de la ciencia o la conservación. También se subraya la necesidad de comprender que la naturaleza es una propiedad colectiva, llena de historias y valor cultural.
En Argentina, Los Alerces fue el cuarto parque nacional en ser protegido por UNESCO, por ser considerada una pieza fundamental en la conservación de los ecosistemas boscosos de la Patagonia, que juegan un papel central en la biodiversidad mundial. Además, resulta indispensable la tarea de conservación de los alerces, la segunda especie de árboles más longeva de todo el planeta.
El estudio científico de estos árboles permite pensar en sus procesos de adaptación a los cambios climáticos que sucedieron en la patagonia en los tiempos remotos . Sus anillos son capítulos que cuentan eventos climáticos y también hechos históricos de gran relevancia para la humanidad. Pero además de su riqueza biológica, los alerces son un patrimonio cultural por el carácter sagrado que tienen para las culturas originarias, que lo veneraban mucho antes de la declaración de la UNESCO.
En este rincón del mundo, la custodia del ambiente va más allá de los límites del Parque y se refleja en acciones concretas en la cercana Esquel. La ciudad lleva adelante un programa de recolección diferenciada de residuos para su posterior reciclado o compostaje. Además, atesora su riqueza natural en la Reserva Laguna La Zeta y promociona un Plan de Educación Ambiental en establecimientos educativos.
Desde Esquel y por la ruta provincial 71 se llega a este paraíso virgen, donde importantes cordones montañosos cercan lagos de aguas verdes, rodeados de bosques tupidos y de gran diversidad biológica. El parque puede disfrutarse por tierra o por agua y permite a los más aventureros acampar. Para quienes prefieren confort y comodidad el lugar cuenta con cabañas y hosterías.
En auto, es posible llegar al comienzo de distintos senderos de dificultades entre bajas y medias, ideales para disfrutar en familia y altas para expertos caminantes. Pero también, están las playas que invitan a parar en el camino, tomar mate, relajarse y perder la mirada en el hermoso paisaje. Entre ellas está la Playa de Lago Verde, de Bahia Solís de Punta Mattos ideal para bajar en lancha.
Si se busca la emoción que genera andar en agua, las excursiones lacustres son ideales para ver todo desde otra perspectiva y llegar a lugares donde sólo se accede navegando. Desde el puerto Chucao sale una embarcación que llega hasta el puerto Sagrario, donde comienza el sendero hacia el Alerzal Milenario.
Los mapuches llamaban a los alerces “lahuan” que significa “abuelo, el que guarda sabiduría”. Quizás porque mejor que nadie sabían que estos árboles viven muchas vidas humanas. Los alerces son de las especies vivas más antiguas del planeta, sus troncos parecen arrugas, y sus hojas, pequeñas escamas. No es difícil imaginar que uno está en presencia de verdaderos ents, salidos de la saga del Señor de los anillos. Es que hay una relación profunda entre estos árboles y el tiempo, no sólo porque viven miles de años, sino porque su crecimiento es muy lento: un milímetro por año. Ir despacio es la forma de llegar lejos, tal vez ese sea el secreto que susurran estos árboles, porque lo que más conmueve a los viajeros es la altura que logran alcanzar.
El abuelo del bosque, como es llamado uno de los antiguos alerces del Parque, cuenta con aproximadamente 2600 años y la misma altura que el obelisco. En rincones de más difícil acceso, hay ejemplares que superan los 4000 años. La presencia de estos árboles es imponente y compartir el silencio con este ser se vuelve inolvidable para todos los que, desde distintos lugares del mundo, se acercan en búsqueda de su amparo. Otros aguardan para comprobar la leyenda, esa que asegura que en el silencio puede escucharse la conversación que estos árboles sostienen con los eternos dioses.
El viento, el sonido de los pájaros, la imponente visión lejana del glaciar Torrecillas de hielos de más de 24.000 años, pero sobre todo la altura de los alerzales, hacen más que dejar atrás las preocupaciones cotidianas. Los viajeros experimentan un reseteo mental ante la conmovedora realidad de estos seres, que estuvieron mucho antes y seguirán estando mucho después.
Recuperar la paz y la confianza en un orden mayor que nos recuerda que somos pequeñas y breves fragmentos de un ecosistema milenario, Patrimonio de la Humanidad.