POR: Lucas Guzman – @pelucaguzman
Hoy 23 de octubre está cumpliendo 68 años el músico Carlos Alberto García Moreno, mejor conocido como Charly García.
Nació un 23 de octubre de 1951. Considerado un artista clave para el rock en español, su figura se erige como un emblema de la cultura popular argentina. A partir de sus bandas iniciales y su prolífica carrera solista, García posee en su haber un reguero de canciones que forman parte del inconsciente colectivo, atravesando generaciones y audiencias.
De una altura musical que es equiparable a su estatura de 1,94 cm, el músico de bigote bicolor producto del vitíligo (una enfermedad que según él se le produjo a los 3 años tras extrañar a sus padres que habían viajado a Europa) es también un símbolo de la sociedad argentina. Contradictorio, camaleónico y versátil, muchos de sus dichos forman parte del glosario nacional, así como también sus anécdotas y andanzas.
«Yo me siento pendejo y juguetón», afirmó en una conversación con Nicolás Cuño, el creador de la marca de indumentaria Key Biscayne, que lo vistió para un recital íntimo que el músico ofreció anoche desde las 21.30 en una ubicación privada de Puerto Madero.
Como es costumbre, Charly García festejó su cumpleaños con su gente y sus músicos, con quienes realizó una zapada en un salón privado.
Además, también se están cumpliendo 10 años del concierto subacuático que se realizo en el estadio de Vélez. Tras haberse codeado con la muerte, el 23 de octubre de 2009, volvió a tocar en Buenos Aires bajo una lluvia torrencial y ante 45 mil personas.
Afeitado al ras, con el pelo recién cortado, probablemente perfumado, con unos veinte kilos más que dieciséis meses antes y sin ánimos de bajarse los pantalones, Charly García atravesó el escenario del estadio de Vélez, se sentó al piano y, por enésima vez, cambió el orden de las cosas. En vez de empezar por la primera estrofa de El amor espera, empezó por la que dice: «Yo me hago el muerto para ver quién me llora, para ver quién me ha usado».
García llevaba casi un año y medio sin tocar en vivo. Había pasado por internaciones y tratamientos de rehabilitación por sus adicciones, por una clínica de reeducación cognitiva, por la quinta de Palito Ortega en Luján. Había vuelto a vivir en Palermo. Había vuelto a ensayar. Había compuesto una canción –Deberías saber por qué– cuya letra salió impresa en los diarios. Habían empapelado Buenos Aires con afiches que decían «La vuelta de más grande». Había precalentado para este reencuentro porteño con shows en Lima y en Santiago de Chile.
En la cancha de Vélez, unas cuarenta mil personas habían esperado que las luces se apagaran como se espera en los pasillos en los que va a aparecer un médico a contar cómo salió una operación. Estaban ahí para lo obvio: cantar, saltar, irse a sus casas tarareando la que más se les hubiera pegado de las casi treinta canciones del repertorio de esa noche. Pero estaban ahí, sobre todo, para ver de cerca cómo estaba Charly después de esos meses de ausencia. Para saber si seguía vivo.