Vivian Suter nació en Argentina de padres suizos poco después del final de la Segunda Guerra Mundial. A los trece años se trasladó a Suiza, donde se hizo artista y pasó los siguientes veinte años de su vida. Hasta que, viajando por Guatemala en busca de pirámides y quizá también de amor, decidió establecerse a orillas del lago Atitlán, una decisión que marcó no sólo el resto de su vida sino, significativamente, su devenir artístico.
Desde los años ochenta y en los antiguos terrenos de una plantación de café, Suter realiza pinturas con una amplia gama de colores y técnicas y con el apoyo inquebrantable del entorno: la lluvia, el viento, el calor, las tormentas e incluso las inundaciones aportan energía y materia a los grandes lienzos que aborda con tanto vigor como delicadeza. A menudo son una combinación de gestos, momentos y efectos producidos por la superposición de la intención de la artista y la aparente aleatoriedad de los elementos. A veces se dejan a la intemperie hasta que llaman para ser realojadas. En otros casos, se complementan inadvertidamente con las fuerzas avasalladoras de la naturaleza, como cuando los huracanes tropicales han inundado el estudio y el almacén del artista a lo largo de los años. Al igual que el Xocomil, la fuerte corriente de viento que se forma cuando los vientos cálidos del océano Pacífico atraviesan las montañas y provocan vientos fríos en toda la región, las pinturas de Suter poseen tanto una fuerza bruta como una elegancia que pueden determinar el tiempo en la mente del espectador, así como en las tardes de Atitlán.
De hecho, las obras reflejan tanto el estado del artista como el del entorno: algunas son serenas, tranquilas, casi suaves en apariencia; otras son enérgicas, intensas, como si canalizaran la energía de un éxtasis o un trance. Responden al flujo natural de energías que rodean el estudio del artista, donde las palmeras y la exuberante vegetación dictan el tono y la frecuencia de su estado de ánimo. Y aunque cada cuadro es un mundo -o un momento- en sí mismo, es su combinación, su existencia conjunta, lo que forma una obra que habla de la creación artística como un estado del cuerpo y la mente, del cuerpo y la Tierra. Esto es lo que ha llevado al artista a exponer las obras -a veces sólo parcialmente visibles- en grupos que condensan los flujos y reflujos del estado de ánimo, la energía y la vida misma.
Partiendo de la idea de la pintura (y de la obra de arte en general) como un objeto en sincronía con la energía natural y vital de la vida, y que puede ser concebido como un ente vivo en sí mismo, Pintar como ser reúne obras de tres grupos diversos que, con la ayuda estructural de un dispositivo de suspensión ad hoc, habitarán la arquitectura específica de la Fundación Cervieri Monsuárez. Concebida más como una reunión de amigos, colegas y familiares que como una selección concreta y cerrada de obras de arte, la exposición reúne la Cascada -instalación presentada en el Museo Centro de Arte Reina Sofía, Palacio Velásquez de Madrid-, un grupo de las sutiles obras de una reciente exposición en la Galleria d’Arte Moderna e Contemporanea di Bergamo y un nuevo grupo de pinturas procedentes del atelier de la casa de Suter en el lago Atitlán. Juntas, presentarán por primera vez en Uruguay la fuerza -tanto física como formal- de las pinturas de Vivian y nos recordarán el poder de la creación artística, de la naturaleza y de su combinación.
Diferentes sistemas de colgado permitirán que este conjunto de manifestaciones visuales de energía, conscientes de su origen y a la vez cosmopolitas, pasen la temporada de verano (y de arte) como invitados en el espacio del Cervieri Monsuárez y potencialmente lo desborden para conocerse y entablar una observación mutua con artistas locales y visitantes, entusiastas del arte y el visitante abstraído. Painting as Being reúne diferentes momentos de la práctica de Suter para consentir al espectador en un abrazo de energía vital que conecta diferentes momentos de su práctica fluida, José Ignacio con el Lago Atitlán.